La derrota del Navegante

Mi barco se encuentra encallado entre las rocas del acantilado de mi vida. Se soltó del ancla que lo sujetaba en la última tormenta sin intentar remediarlo. A veces, cuando tengo fuerzas, puedo amarrarlo con las rocas que hay en el fondo de mi espíritu y con el vigor suficiente que mis esperanzas de vivir puedan surgir en cada momento. Pero últimamente, el mar me ha jugado muy malas pasadas y estoy en el borde del abismo.

Mis eslabones de seguridad en mí mismo y que sujetaban el áncora, se han oxidado lo suficiente como para desquebrajarse de tanto balanceo de los vientos que, continuamente, me han estado azotando a lo largo de larga y pesada travesía.

Ahora creo estar en calma, pero sigo atrapado entre los colares de la inmensidad de las profundidades, sin determinar aún porque me encuentro estancado en este abrupto paraje. He perdido mi rumbo, mi norte y mis sentidos porque ya no sé orientarme. A veces pienso, que hasta la luz del faro que me guiaba, ha dejado de alumbrarme.

Me encuentro hundido y derrotado y sin ganas de salir de este varo que aún me tiene dominado. Hasta ahora, he podido enfrentarme a Poseidón con sus múltiples tentaciones, pero en estos momentos, me fallan tanto las ganas que mi cuerpo se ha rendido a sus continuas oscilaciones.

Las gaviotas me observan inertes, expectante a que dé mi último suspiro como buitres carroñeros. Y los miembros de mi tripulación, algunos de ellos, los que creían que estaban a mi lado, han abandonado la cubierta cuando ya no han sacado provecho de mi alma que ahora se encuentra fatigada. Los que quedan, tienen tantas preocupaciones para salvar la suya y buscar sus salvavidas que no debo ni puedo pedirles que socorran la que aún me queda viva.

Y me empiezo a deteriorar, a extinguirme porque me siento cansado de subsistir y de beber de esta agua que ya se ha vuelto demasiado salada. Y veo como la marea sube y me cala porque sigo atascado en esta isla desconocida en el centro de mi océano. No encuentro salida ni resquicio de otro velero que tire de mi proa para sacarme de este atolladero. Tal vez es que, en este estado, no quiero mirar al otro lado buscando soluciones, no quiero mirar al horizonte indagando si mis problemas pueden tener soluciones y disipar la niebla que ha empezado a acecharme.

Me apetece estar solo y hundirme en mis propios recuerdos de cuando navegaba con la frente bien alta hacia aquel oriente, buscando nuevos retos y nuevos tripulantes que me hicieran la vida más amena. La soledad ha empezado a hacerse mi amiga y me empieza a acompañar en estos minutos de mi ya inexistente vida. Creo que ya no quiero remedios caseros, ni conclusiones, ni tener nuevos vientos que me inspiren ante tanta derrota porque me da miedo volver a chocarme contra el lecho marino que se encuentra bajo mis pies cuando la marea baja. Ni quiero salir victorioso, ni honores por las batallas ganadas, solo quiero descansar de tanta tristeza que me ronda continuamente en mi día a día.

Siento temor por hundirme junto a mi barco, pero es el único remedio que me queda, puesto que he dejado de sentir mi alma como antes y las salidas que el destino me ofrece no son tan tranquilizantes como creía. Rugirían de nuevo las olas, el mar me devolvería sentimientos y la brisa del océano me recordaría cuantas veces ha interrumpido la paz y la alegría que sentía mi existencia.

No quiero seguir padeciendo la sociedad que me critica, ni quiero que la brújula me señale continuamente, ni ser vela de falsos pasajeros con envolturas de comedia. Tan solo quiero silencio, que el sol me ilumine en lo que me reste de vida. Que me dejen con mis recuerdos y mis canciones hasta que la profundidad de mi averno, toque a mi puerta algún día. Y que reclame mi alma y que se hunda a mi lado y que se acabe con ello, mi dolor y mi poca cordura, finalizando así mi noche, y con ello, mi nuevo día.

Jesús Mª Salvador ©