Cuando Adán y Eva abrieron los ojos a la razón, una luz cegadora interrumpió en sus corneas reflejando en ella lo que sería una nueva época de transición y nuevos cambios. La vida empezó para ellos en el momento que decidieron vivirla. Al tiempo de esta transición le pusimos segundos, minutos y horas para marcar nuestros pasos, cambiando la humanidad de repente. Y con ella, los nuevos adanes y evas empezamos a luchar por sobrevivir en un mundo que no se paraba, que seguía adelante y que no se apeaba en cualquier estación que se le antojase porque decidió por si sola, seguir su propio camino e ir despacio. Y aunque la abandonásemos no pasaba nada, ésta seguía su trayecto sin nosotros porque pronto, otras almas, estarían aquí para remplazarnos y llenar nuestro espacio.
Nacemos para sufrir, reír, luchar y subsistir. Nacemos para superarnos, para evolucionar, para tan solo oír la sangre que corre por nuestras venas sin parar a escucharla y ver lo que nos dice. Para ser humilde o egoísta, para ser crueles o piadosos, para creer o negar. Para cuidar o hacer daño a los demás, para proseguir y no parar cual robot creado tan solo para una función específica: existir, crear y procrear. Los entendidos lo llaman el ciclo de la vida.
Nos marcamos metas, nos ponemos retos, no nos paramos a pensar lo que está bien o está mal, solo avanzamos cual conejo de Alicia por un agujero de un mundo imaginario que nos hemos creado para saber que habrá más allá. Cada segundo inventamos nuevos antídotos para enfermedades que desarrollamos, artimañas para provocar al más débil, en nuestro propio beneficio. Nuevas hambrunas que obsequiamos con detalle para tenerlos callados (pan para hoy, hambre para mañana). Nuevas monedas de cambio para demostrarnos que somos los mejores y los más invulnerables. Cambiamos las estaciones a base de experimentos, nuevos falsos profetas que lideran naciones llevándolas a la ruina y a la hecatombe y retamos a la naturaleza modificando su estructura, provocándola para que nos desafíe constantemente. Creemos ser dioses provocando al mismo dios de cualquier cultura para ver si existen y así pueda salvarnos de nuestras atrocidades porque queremos ser deidades de nuestros propios entendimientos.
Y una vez al año cuando éste supuestamente acaba porque así lo hemos marcado, recordamos con fiestas y conmemoraciones, lo bonita que es la vida y nos hermanados que estamos, quitándonos la capa de hipocresía y hacer así un recuento de todo lo que hemos avanzado o, por el contrario, de las metas que no hemos conseguido a lo largo de nuestra existencia. Todo ello sin pensar a veces en todo aquellos que hemos dejado a un lado.
Pero cuando todo acaba y tal vez de golpe porque el destino nos interrumpe, no nos pararemos a pensar si lo que hemos logrado, ha quedado escrito o se esfumará en un simple recuerdo de algunas personas que pasaron por nuestras vidas y se encadenaron con sus eslabones del destino. Tras generaciones, posiblemente caeremos en el olvido.
Ese será nuestro legado en este mundo que no se para y que sigue su camino.
Así que, intentemos que nuestra huella no se borre y ya que la vivimos, no quede en un recuerdo, aunque solo sea en el alma de algunos corazones. Que la vida son dos días y el ser humano, por la naturaleza, siempre estará de paso.
Jesús Mª Salvador ©