El espejo, reflejo de tu alma

Escribir una carta de amor para alguien que no se quiere, es muy difícil porque apenas hay palabras para describir lo que se siente. Pero tú insististe en que debía hacerlo y demostrar que la vida sigue su curso y no se detiene.

Nos conocimos un 3 de octubre allá por los años 80. Viniste al mundo a mi lado y me distes la mano para que no me asustase. Con el tiempo, mi vida estuvo unida a ti para que no se me escapara y vivimos grandes aventuras que ahora, con añoranza, las recuerdo y a veces las echo de menos. Pero como siempre, hay cosas que deben quedarse en el pasado y otras avanzar en el presente para intentar llenar un futuro.

Según fuimos creciendo, la vida empezó a torcerse, mal ambiente en casa con un padre estricto que en el fondo me quería -a su manera-, una enfermedad que venía de serie y unos malos amigos que dejaron de serlo cuando empezaron a calumniarme y a reírse de mí. Empecé a sentir la soledad y vistes como mi mente y mi cuerpo empezaron a deteriorarse. La vida empezó a ser un cumulo de contradicciones y tú, siempre a mi lado, me decías que podía con ello y que debía seguir luchando. Pero cuanto más lo hacía más difícil parecía.

Cambiaste de estrategia y me enseñaste a soñar, a escribir y a dibujar para reflejar mis sentimientos y con el tiempo esculpí canciones, poesías y relatos llenos de fantasía donde tenía amigos y me sentía importante. Crecíamos en un mundo donde ambos éramos protagonistas y vivíamos nuestras propias aventuras. Pero al final despertaba y sonreía sin ganas a la gente que solo quería ser mi amigo por lo que podía ofrecerle y no porque le gustase mi compañía. El títere en un mundo de realidades donde el físico y la belleza era primordial y no el alma o el espíritu que uno poseía. Empecé a no encajar, a pedir perdón en cada cosa que decía o hacía hasta esconderme en un rincón para intentar no molestar.

Fue entonces cuando me enseñaste la ambigüedad de las cosas y la mía propia la cual nunca quise ver por miedo a las represalias, y empecé a caer en un mundo sin salida que no tenía barandilla para sujetarme.

Pero tú permaneciste a mi lado. Me decías: ¡quiéreme más, quiéreme más! y yo decidí obviar tus palabras y empecé a repudiarte.

Por primera vez te sentí sufrir.

Me refugié en mi mundo, aquel que creé con coraza de vergüenza y repudio y decidí no salir a la calle por miedo a lo que pensarán de mí. La autoestima cayó empicada y mis tempestades internas se camuflaron tras una mirada y no dejando que mis gritos internos se reflejasen en el exterior. No sentía en un mundo de elementos que me estallaban en la cara para poder salir adelante. Yo era el que no me quería y me quedé en el medio de la nada, solo. No encajaba en ningún lado estando rodeado de una multitud de personas, aquellas que suelen estar a un lado o al otro de la orilla. Blando para los más valientes, fuerte para los más débiles.

Y cuantas veces te he traicionado y has seguido a mi lado. No pude llamarte amigo porque eso sería tener un compromiso por mi parte que no sabría como cumplir y en ese momento no era capaz de hacerlo. No quería utilizarte como los demás lo habían hecho conmigo y decidí seguir caminando a oscuras y tentar todos los palos pasando por momentos entrañables y por otros los cuales era mejor no contarlos, solo para no pensar en mi decadencia.

Para entonces, la muerte ya había llamado dos veces a mi puerta. 

El espejo fue mi enemigo, solo porque fue muy crítico conmigo ya que veía mis imperfecciones y mi impotencia para seguir caminando.

Y caí…

Fue entonces cuando me dijeron que debía empezar mi viaje interior y descubrir mis pasiones y abrazar todos mis defectos y, sobre todo, las carencias de los demás. Ser la base para amar de nuevo al mundo y amarte a ti. Si no gustaba no importaba, yo había llegado primero a ese banco del parque y les invitaba muy amablemente a que se marchasen de mi lado. Empecé a no darle importancia a las cosas y prioricé mis propios sentimientos.

Paso a paso fui liberando mis prejuicios y a admirar las flores de mi jardín y aquel silencio del alma, tu silencio, que debía ser paso a la resiliencia y al amor propio.

Empecé de nuevo a darte la mano y seguir tus pasos siempre a tu lado porque podía dejarte atrás y perderte otra vez o dejar que fueras primero y no poder seguirte correctamente.

La salud mental es un viaje, y cada pequeño paso cuenta.

Aún no he conseguido volver a verte en el espejo, pero seguro que algún día lo conseguiré. Mientras, mi mundo empieza a cambiar de color, ya no es blanco, negro o gris y la verdad es que me da pánico volver a ser feliz. Pero aun así hay que arriesgar en la vida y seguir adelante.

© Texto e imagen: Jesús María Salvador