Al norte del Níger

Lucía se acomodó en la hamaca de mimbre la cual estaba forrada con una tela de polialgodón del color a la tierra que la hospedaba, mientras el calor sofocante de la sabana azotaba su cara. Miró hacía el horizonte respirando con cierta dificultad debido a las altas temperaturas y cogió la jarra de barro negro que permanecía a su lado y, sujetándola con su barriga que ya empezaba a pronunciarse, la inclinó un poco para así poder mojar su pañuelo de seda azul celeste que habitualmente adornaba su cuello. Seguidamente refrescó su rostro con la prenda mojada humedeciendo también sus labios que ya empezaban a agrietarse.

Como podían resistir los lugareños de aquellas áridas tierras aquel calor infernal, pensó. Ni ella misma recordaba haber vivido aquel sopor que amenazaba con deshidratarla. En ningún momento lo echaba de menos y siguió prefiriendo el clima mediterráneo del sur de Europa al calor húmedo del clima tropical del noreste de Nigeria.

Con su mano rozó su abdomen y lo acarició con ternura y sintió como el que habitaba en su cuerpo temporalmente, tampoco estaba cómodo con aquella situación. Cogió el libro de la mesita y abriendo por una de sus páginas marcadas, volvió ojear uno de los capítulos que había escrito y su memoria volvió a perderse en el infinito de los recuerdos de su madre, del pasado que había vivido y de su lucha por la supervivencia cuando aún era bien pequeña.

El sol empezaba a desaparecer en el horizonte y podía ver como el calor del suelo distorsionaba con ondas de dióxido de carbono, la enorme acacia que, erguida, dominaba la parte trasera del hotel donde se encontraban. Más allá, el infinito campo de casas de adobe y calles de arenas que enmarcaban la frontera con el Níger. Miró hacia atrás dentro de la habitación y vio a su madre recostada en la cama, con las gafas medio caídas y el pañuelo que cubría su cabellera, desaliñado. Dormía plácidamente.

¿Dónde estarán tus pensamientos ahora? ¿En qué parte de aquel inmenso paisaje desmembrado encontraran su calma, adentrándose en sus recuerdos y penetrando en un pasado en los cuales viajó sola divagando por la hambruna y la soledad, y buscando la ansiada libertad de sus opresores y el cariño perdido de los que un día dejó abandonados? Siguió observándola mientras sentía como su respiración se aceleraba. De inmediato buscó con los ojos las pastillas de Lorazepam que habitualmente tomaba su madre e hizo el amago de levantarse, cuando un golpe de tos la despertó de aquel sueño tan profundo. Lucía respiró aliviada y sus pulsaciones volvieron a controlarse.

Miró de nuevo a aquel sol naranja que el horizonte empezaba a tragarse dando cierto respiro al atardecer. Palpó su tripa suavemente y la calmó con mucho mimo notando también su inquietud.

-¡Chissss… ¡ -susurró Lucía a su criatura- No pasa nada, el miedo es del pasado. El presente te arropa mientras estés a mi lado. Mamá no te dejará marchar, no dejará que nadie te aparte de mi lado…

Lucia suspiró entonces, bebió un poco de agua con hielo del vaso de cristal labrado con motivos africanos que se encontraba en la mesa, para calmar su sed y cogiendo de nuevo su ópera prima, volvió a abrirlo por el capítulo que anteriormente había elegido. Encendió un pequeño quinqué de aceite para alumbra mejor a su vista y se colocó adecuadamente las gafas para no perder detalle de cada frase que había escrito. Empezó a leer en silencio sintiendo la entonación de cada silaba, de cada palabra ensangrentada y llena de dolor que en aquel manuscrito había plasmado:

‹‹¡¡ Corre, mi niña, corre!!…  Ya sabes, como te he enseñado yo. Como una gacela libre y ligera con ansias de vivir. Corre mi pequeña Oṣupa, no mires nunca atrás. Los leones de la selva no perdonan y si te detienes, no te van a dejar descansar. Ves todo lo deprisa que puedas y si algún día escapas del hombre, de aquel que te quiere hacer daño, será la última vez que llegues a hacerlo. Huye porque el tiempo no perdona y siempre correrá en tu contra.

Y si te cansas, sigue corriendo ya que pueden alcanzarte, porque cuando lo hagan dejarás de respirar. Lucha contra los elementos de la naturaleza y de los de aquellas personas que quieran truncar nuestra historia, tu historia…

Corre, no pienses en mí, no pienses nada más que en ti misma. Y si la noche oscura te atrapa, súbete a un árbol, lo más alto que puedas para que nada ni nadie pueda verte.

Corre de aquel que lleva fuego, de las luces, esquiva los ruidos, arrástrate cual serpiente entre la maleza y ensúciate de barro, orín y sangre. Inhala su carroña porque así, los animales que tienen hambre, no pueden acecharte.

Escapa del odio, de tu rabia, de tu ira y cuida tu miedo… pero corre…››

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© Jesús María Salvador
(De mi novela “Osùpá” 2023)