Se acercó a la tienda de juguetes con el niño agarrado de la mano. Enseguida se soltó y empezó a ilusionarse con todo aquellos artefactos de colores y aquellas máquinas que interactuaban solas e iban al son que marcaba el pequeño.
¿Cuándo perdimos la inocencia para dejar de jugar con aquello que dábamos vida con nuestras propias manos? pensó su padre. ¿Cuándo se dejó de creer y de tener fantasías?
Aquel anuncio de las “Muñecas de Famosa” perteneció a una época donde todos los niños y niñas teníamos ilusión por los juguetes y las aventuras que creábamos a su alrededor. La Navidad de entonces lo decía todo de nosotros. ¿Cuándo se dejó de creer? se decía mientras el chiquillo se dirigía a los estantes de los videojuegos.
En Madrid, yo iba con mi padre al Corte Inglés a ver los escaparates en los cuales montabas los trenes y ciudades enteras para maravillar nuestra vista. No había navidad, ni reyes, ni juguetes si no lo anunciaba antes este centro comercial. Nuestros Exin Castillo o los Scaletrix, nuestros coches de carreras o teledirigidos por cable, o nuestras Nancys y Leslys de antaño que a veces eran más grandes como la propia niña con la que jugaba.
Darío siguió mirando todos aquellos juguetes con sonidos y que hablaban solos, mientras veía como su hijo se sentaba en el suelo con un mando mientras mataba marcianitos.
– ¿Me lo pedirás para los reyes? -decía el pequeño.
– ¿No te apetece pedirles algo para montar en casa o jugar con los muñecos creando tus propias aventuras?
– Papá, estos son las aventuras que quiero, no te enteras – dijo insinuando su decepción.
¿Cuándo dejamos de ser niños y a perder esa inocencia que nos caracterizaba? Esa que se escapaba por los poros de nuestra piel y nos hacía sentir con aquello que teníamos en nuestras manos delante de nuestros amigos. Nos disfrazábamos de vaquero y con nuestra placa de sheriff, nuestras botas y pistolas, nos montábamos en nuestros caballos imaginarios y perseguíamos sin piedad a los indios que asaltaban a las damiselas en apuros, aquellas que disfrazaban sus muñecas y las peinaban continuamente siendo las reinas de las peluquerías o princesas de la alta costura. Siempre tenían un trajecito para poder ponérselo o si no, se lo inventaban con cuatro trapos que aún les quedaban a sus madres en los cestos de la ropa. Nos pasábamos el tiempo en la calle sin ningún tipo de tecnología.
“Si puedes soñarlo, puedes crearlo”. Ese era nuestro lema
¿Cuándo dejamos de tener miedo y de acurrucarnos en los brazos de nuestros padres para sentir que no pasaba nada y que todo estaba correcto mientras estuviésemos a su lado? Ahora los videojuegos son bélicos y aumenta la adrenalina de los pequeños. Quien dijo miedo.
Cuando dejamos de jugar, dejamos de creer, de alimentar nuestra pasión y dejamos a nuestras familias a un lado porque ya no eran juegos para a compartir con ellos. Fue entonces cuando empezamos a crecer.
Antes, los niños y niñas teníamos amigos y amigas, no nos importaba la raza ni su rango en la sociedad, interactuábamos entre nosotros con los demás y creaba unos valores. Esos balones de reglamento se compartían para jugar en los parques y sentirnos Pirri, Fuster o Mendoza. Hoy en día les hemos quitado los parques para poder hacerlos porque molestan a los ignorantes que una vez fueron niños. Se sienten agredidos antes un niño que juega.
“Prohibido hacer ruido” y “prohibido jugar a la pelota”
Ahora juegan solo, delante un móvil u ordenador. No hay amigos de por medio y parece que tampoco les hacen falta. En parte, los adultos que una vez fuimos niños, adulteramos este deseo de jugar en compañía. Hemos sido los que, con nuestra falta de filtros, hemos roto estos moldes y hemos marchitados las mentes de nuestros jóvenes. Les damos el móvil para que no nos incordien y nos den la tabarra mientras estamos con nuestros amigos porque se aburren o los apuntamos en todas las actividades extraescolares para tenerlos ocupados. ¿Ellos o somos nosotros que no queremos que nos molesten?
No creas en los Reyes, no existen. No creas en el Ratoncito Pérez, no existe, no creas en las ilusiones, no existen.
El hombre siguió observando a su hijo detenidamente. Como ha cambiado el cuento -se dijo mientras recordaba- Nosotros nos divertíamos con la bici, la comba, la peonza, el duelo del yoyó; las canicas, las chapas, los tapones o simplemente dibujar con nuestras manos, casas en la arena con habitaciones donde pasábamos el rato con los vecinos de nuestra edad.
– Churro, mediamanga, mangaentera… -sonrió-Vamos Iván, ¿has elegido que quieres para reyes?
– Aún no he decido, papá, hay tantos…
– Claro, antes nos conformábamos con poco – le dijo- Pues ves pensando en ello.
Pero lo más importante, Iván, ¿has sido bueno?…
@ Texto: Jesús M.ª Salvador
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