Cuando los cimientos se tambalean

Apenas tenía doce años cuando supo que su vida era distinta a la de los demás niños de su edad. Alex recuerda sentado en los bancos de aquella sauna mientras el sudor recorre todo su cuerpo, como hace tiempo su vida cambio por completo y dio un giro de 360°. Supo que el mundo se le venía encima y no podía dejar que su nueva vida le asfixiase. Vicente fue el causante de aquel descubrimiento entre los escombros de los bajos del edificio donde vivían cuando aún los locales no eran nada más que paredes diáfanas de comercios que más tarde cobrarían vida en su urbanización.

Alex sintió la mano de aquel desconocido que seguía acariciando su cuerpo mientras su cabeza rapada se apoyaba en sus piernas sudorosas. Empezó a encontrarse incomodo ante aquella no nueva situación. Hace veinte años había jurado que esto no volvería a pasarle, pero últimamente se encontraba vulnerable y era difícil poner freno a su condición.

La primera vez que sintió aquella sensación tenía veinticinco años y estaba a punto de casarse. Era joven, con un trabajo estable como comercial de una multinacional y un futuro prometedor. Aquel día tras una ardua jornada, se encontraba transitando por la ciudad de Madrid y decidió hacer una parada para tomar algo en una zona conocida del ambiente. Se metió en una cafetería de la calle Augusto Figueroa, muy cerca de la plaza de Chueca y pidió un vaso de agua y un café con hielo porque el calor era insoportable y debía hidratarse. Necesitaba despejar un poco su mente y relajarse un poco. Enseguida un camarero morenito y risueño atendió su petición mientras él sacaba unos papeles y los ponía encima de la mesa, los estudió y miró a su alrededor. La cafetería se notaba que era multicultural y de todo tipo de tendencias, condiciones y libertades. Su agradable decoración motivaba al relax y sus adornos, usuales en aquel barrio de la capital, eran detonantes para una vida libre de ataduras y condiciones. Enseguida se percató de alguien que le estaba observando. Aquel hombre moreno de ojos enormes ocultos bajo unas gafas trasparentes de pasta cromadas, le sonrió descaradamente. Alex bajó la mirada y sintió como su corazón empezó a bombear sangre en su cuerpo como si no existiera un mañana. El camarero le trajo el café y Alex le dio un billete para que se cobrase el cual rechazó.

– Está usted invitado por el aquel caballero.

Alex volvió a mirarle y titubeando le dio las gracias viendo como el individuo se acercaba a su mesa.

– ¿Puedo? -le comentó.

Alex recogió todos sus papeles y lo guardó de nuevo en su mochila. El chico de unos pocos años mayor que él con un cuerpo esculpido por el gimnasio, se acercó a él y dándole dos besos en las mejillas de presentó con el nombre de Iván. Ambos empezaron a charlar pausadamente y sin ninguna prisa. Iván libremente extrovertido, Alex con voz entrecortada. Mientras la sintonía empezaba a fluir entre ellos, el joven comercial luchaba para que su verdadero Yo no saliera a flote y el deseo no se hiciera con el resto de su cuerpo. Tras unas horas a su lado, Iván le dejó su teléfono y Alex le ofreció el suyo. Durante la vuelta, la cabeza de Alex fue un sinvivir de emociones y sentimientos contradictorios que, con el paso del tiempo, acrecentó con su trabajo, su futura esposa, su familia y aquel chico que había entrado en su vida de forma inesperada y que, por alguna razón, había llenado un hueco de su vida y que no dejaría escapar.

Alex pertenecía a una familia tradicionalista, de una madre socialmente acomodada en casa cuidando de sus cinco hijos y de un padre de derechas y militar por excelencia y por tradición. Por tanto, sabía que la profesión de este, la religión en la que se había criado y la doctrina que había llevado, no dejaba paso a nuevos conceptos de persona y menos siendo una especie de “degenerado” de la sociedad tal y como los nombraba su familia. Por tanto, lo tenía claro y debía ocultar su vida con el paso de los años, aunque su cabeza pesase demasiado. Aun así, no dejó de ver a Iván y siempre que podía, se escapaba para estar a su lado.

Con el tiempo, ambos pasaron a ser algo más que amigos y cuando este le pidió una relación formal en el lecho de su cama, Alex no tuvo más remedio que ser sincero y explicarle su situación. Iván se quedó sin palabras, incomodándole esta nueva situación. Alex le pidió perdón y comprendió que si en ese preciso instante saliera por la puerta, no le reprocharía nada y daría por perdida su amistad. Él sabía que era dueño de su condición y sabía que era una losa que tendría que cargar con ella toda su vida. Le explicó como le quería y como la quería a ella y que ambos complementaban esa parte de su vida que debía llenar para no volverse loco. Pero para sorpresa de este y tras un largo silencio y comentarle que si estaba seguro de la decisión que iba tomar porque sería para toda una vida, Iván decidió adaptarse a ella por el momento y por tanto, no le pidió que eligiese ya que se sentía atraído por aquel joven que conoció una tarde en un bar. Solo la vida y el tiempo les separaría años después.

Alex lo recordó cómo fue aquel momento mientras el calor de aquella sauna empezaba a ahogarle.

Suspiró.

– ¿Te pasa algo? – le preguntó el desconocido.

– El calor – contestó. Sabía que parte de su ansiedad y depresión en aquellos instantes era en parte porque su bisexualidad afloraba de vez en cuando en su interior y cada vez le costaba más frenar.

Unos meses antes de su boda, Alex entró en conflicto consigo mismo y tuvo la necesitad de escapar de aquella realidad que le angustiaba. La familia por su parte lo achacó a la situación que llevaba con motivo de los preparativos de la ceremonia y el trabajo que le asfixiaban demasiado. Días después, Alex cogió un vuelo en dirección a los Pirineos y se refugió durante unas semanas en un retiro espiritual donde desconectó del mundo y sobre todo de sí mismo. Allí aprendió a quererse de nuevo y que todo tenía la importancia que quisieras darle. Empezó a asimilar su vida, a no arrepentirse de cada paso que daba. Y sobre todo, a vivir. Tenía claro qué quería a Iván, que este le había abierto los ojos y a un mundo que no quería dejar escapar. Pero también que amaba a Lidia y que ella era su complemento de su vida y las fuerzas que necesitaba para seguir adelante.

Ahora Alex esta felizmente casado y es padre de tres criaturas que son su ojito derecho. Tiene un trabajo más estable y vive a las afueras del norte de Madrid. Pero como nada es eterno, el muro que soporta de vez en cuando se tambalea y su cuerpo vuelve a sentir aquellas sensaciones de antaño y debe de escapar a lugares prohibidos donde puede dar rienda suelta a su ansiedad y que esta no termine por ahogarle.

Una tarde mientras las luces del otoño se apagaban en el valle, sonó el teléfono. Alex lo cogió sumergido entre sus papeles y oyó una voz que le decía:

– Hola Alex, ¿cómo estás? Tenía tu teléfono en mi agenda y decidí llamarte, ¿sabes quién soy? – El corazón volvió a palpitarle con fuerza.

 – Iván…

Desde entonces, Alex vuelve a sentirse como cuando era joven cada vez que oye la voz de su amado amigo. Aquel que le enseñó que una vida dura un segundo y que realmente merece la pena vivirla.

A David…

© Texto: Jesús María Salvador
© Imagen: dreamstime.com