Desde el jardín de mis recuerdos

Una y otra vez tengo los mismos recuerdos, las mismas inquietudes y pasajes de mi vida que no suelo borrar de mi cabeza, de esta memoria que ahora empieza a fallarme. El mismo sueño, las mismas voces y la misma historia recurrente que invade mi mente en repetidas secuencias una y otra vez. Siempre me he considerado una mujer de bandera, una gran actriz de teatro y de cine. Una gran mujer que sacrificó su vida para ser ella misma. Nací de una familia obrera de esas que con el tiempo hacen historia. Ya desde muy pequeña era muy teatrera y era la reina de la farándula tanto dentro como fuera de mi casa. Me sentía una María Félix, una Katy Jurado de la época o la mismísima Dolores del Río en sus largas interpretaciones. Era feliz en aquella familia numerosa formada por una madre, un padre y una cuadrilla de siete hermanos de la cual yo era la más pequeña. Por entonces, yendo por la Calle Regina de mi México querido y agarrada de la mano de mi madre, veía pasar a lo más grande de la sociedad y de la cultura iberoamericana. Me sentía una diva entre ellas en mis paseos por las calles de la ciudad.

Ya de joven, mis primeros pinitos fueron en la radio, teniendo papeles secundarios en novelas radiofónicas como Derecho a Nacer o Anita de Montemar, de la mano de Sergio Cataño o Jesús Valero y con música adaptada del mítico Alejandro Fernández. Tendría 25 años aproximadamente cuando empecé en este mundillo compaginando mis pasos con el periodismo y con clases nocturnas de interpretación…

Mi lema era sencillo: Siempre debe de haber un gran esfuerzo si pretendemos conseguir algo en esta vida.

– ¡Madre! –se oyó de fondo.

(Esa es la palabra que siempre oigo en mi interior antes de una buena actuación).

Mi rutina es la de siempre como todas las mañanas, me despierto bien temprano y tras desayunar, siempre tengo a la misma chica que me engalana antes de salir a la calle y dirigirme a los platós de televisión. La gente me saluda y me siento tan afortunada como antes. Yo no dejo mis aspavientos en ningún momento porque no dejo de demostrar quien he sido, quien soy y quien seré el día de mañana.

– Por favor, que no falte detalle que hoy tengo una gran actuación -le digo siempre por las mañanas a la chica que está conmigo.

– No se preocupe señora María que la pondré guapa para que la gente la admire cuando pase por su lado –le responde la chica vestida de blanco.

Mientras ella me viste yo recito una y otra vez la frase de aquel papel que me dieron en “la casa de Bernarda Alba”.

¡Qué les importa a ellos la fealdad! A ellos les importa la tierra, las yuntas y una perra sumisa que les dé de comer.

En una buena obra de teatro, el pronunciar bien e interpretar es tan importante como los gestos que la acompañan. Así que no dejo de descuidarlos esa frialdad y los desgarros cuando pronuncio aquellas palabras.

Hace años me vine a España de la mano de Amparito Rivelles siendo su pupila durante años hasta que me formé una carrera por mi cuenta y pude volar por mi sola, trabajando en grandes escenarios de la Ciudad Condal o en la misma Gran Vía de la capital de España. Aquí empecé mi verdadera vida y de lo que ganaba siempre tenía una hucha aparte que mandaba a mi familia para que cubrieran sus necesidades.

María, me llamaban, María la de la Balconada porque mis primeras obras de teatro fueron encima de un balcón recitando papeles de García Marques o Federico García Lorca…

– Madre, ¿cómo te encuentras? -retumbó de nuevo en mi cabeza.

¿Madre? Yo no soy madre, no me dio tiempo a serlo. Mi vocación como actriz nunca me dio para poder tener hijos y menos para enamorarme. Cierto es que tuve pretendientes y alguno que otro que enamoró mi ser, como Fabián Cuestas, un actor de telenovelas que estuvo detrás de mi mucho tiempo. Pero realmente mi esposo era el teatro, las películas y las radionovelas de la época y mis hijos los papeles que interpretaba.

Día tras día me despierto de la misma forma, me visten, me peinan y me atusan mis trajes para salir al escenario y día tras día repito la misma frase:

¡Qué les importa a ellos la fealdad! A ellos les importa la tierra, las yuntas y una perra sumisa que les dé de comer.

Es mi mejor papel dentro de esta vida que llevo, en esta que parece que se repite, que no arranca y se queda estancada. Sentimientos que afloran y no sé enmarcar en un escenario que ahora siento vacío, días tras días, año tras año; sin lucidez alguna. Dicen que estoy enferma, que tengo Alzheimer, pero yo sigo recordando lo que realmente me da la vida y que son mis interpretaciones en esta gran historia. Enfermos ellos que no me entienden.

 – ¿Y cómo anda mi madre? -Oigo de nuevo en mi interior. Esa voz que es muy familiar para mí y que no sé dónde ubicarla.

– Se aferra como siempre a sus papeles, es lo único que recuerda dentro de ella y es por lo que vive diariamente. -dijo la cuidadora- Cuando el tiempo se para, se quedan tan solo con sus recuerdos, aquellos que llenaron su vida, desechando el resto y borrando todo sentido de su mente. Por tanto, ya no tienen importancia. Para ella, su vida, la que vive ahora, es otro personaje de sus novelas. Pero descuida, ella está bien cuidada y siempre la reconocemos en todo momento lo buena actriz que fue en su momento. Toda una gran señora: María la de la Balconada.


@ Texto: Jesús M.ª Salvador
@ Imagen de pexels