Exhausto llegó al final del camino de aquella ciudad que estaba condenada a su desaparición. Era tarde cerrada, crepuscular. Apenas se notaba la humedad en el ambiente y el calor era insoportable. El muchacho se sintió triunfante de haber acabado con aquella sombra que tanto le acechaba, esa que hizo suya y le siguió durante tanto tiempo.
Con la ropa harapienta y magullado en la lucha, Lukas miró al horizonte rojo y encendido, ese que le presagiaba que todo había sido en vano pero que, aun así, podía respirar tranquilo porque todo había acabado. Miró su costado y recordó entonces que el dolor era insoportable y que la tremenda herida era visible antes sus ojos. Se quejó y su mano derecha la acercó para socorrer la zona dañada, la palpó y presiono contra ella. Su sangre era carmesí. De sus ojos brotaron unas pequeñas lágrimas de angustia y desconsuelo. Miró al suelo y vio como su sangre roja era absorbida por Madre. Cogió una gran cantidad de aire y después suspiró con fuerza para evitar que el grito desgarrase sus entrañas.
Derrotado cayó al suelo, sabía que más no podía hacer y que este era el principio del fin de su existencia, de la suya y de muchos más que allí se encontraban.
Lukas se acomodó y de espaldas, puso su mano temblorosa en el cuerpo de Madre y sonrió. Con la otra mano sacó de su pequeña alforja que aún conservaba, el último vestigio de vida que había encontrado en las llanuras de Jaṅgala. La miró con ternura y la llevó contra sus labios, la besó y seguidamente la depositó al lado suyo, sobre Madre.
Las vibraciones que sentían en su espalda eran profundas, de resistencia. Esa fuerza que, sabiendo que la vida se marcha por tus venas, te agarras a ella como leona herida. Madre estaba agonizando, preludio de que, en cuestión de horas, Madre daría su último suspiro.
Los más rezagados se habían quedado en Madre sabiendo que desaparecerían con ella y el resto habían partido hace tiempo a rumbos desconocidos. Los más tardío que habían aguantado sin existo alguno hasta el final para ver si ella se recuperaba decidieron marcharse, pero al llegar a la capa superior que cubría a Madre de las adversidades de otros sistemas, fueron devorados y se fundieron al instante por las altas temperaturas. La materia que la cubría había sido dañada por las malas cabezas pensantes de los seres que necesitaban sentirse superiores al resto de los habitantes que habían vivido en Madre.
Ya nadie podía salir y Lukas lo sabía. Así que, se respirando profundamente y con lágrimas en los ojos, se dejó llevar. En cuestión de segundos, Madre le acogió en su seno y el muchacho desapareció dentro de ella, dejando tras de sí un rastro de polvo que el aire esparció en cuestión de segundos.
Seguidamente y sin dar tiempo a parpadear, Madre se acurrucó en su regazo recodando su infancia y en un abrir y cerrar de ojos volvió a su ser para luego desaparecer en el cosmos, esparciéndose en el universo en millones de pedazos.
El orbe la acogió de nuevo dentro de él después de cientos de miles de años de existencia.
(Tributo a la Ciencia Ficción)
© Jesús María Salvador