Junto a una mata de hiedra,
mostrándose sola y absorta,
María se encuentra en un pedestal de piedra,
entre lágrimas sin consuelo y su alma rota.
Con su mente fija a los pies del Altísimo,
se une con la del Cristo,
su alma pura y cristalina
donde cree que lo ha visto.
“No te apenes, no te aflijas,
que yo sufrí y lloré por el mundo
y por ello mi padre me regocija
en un jardín lleno de sonrisas.
Por eso, ten paciencia, sobre todo
con aquellos que te hieren
y recuerda que el Reino de los Cielos
será para aquellos que me quieren.
Lucha por ti misma y por quien te quiera
que no hay espina más grande que hiera
que perder en las batallas mis respetos
y sentirse entre tinieblas.
Y cuando te sientas sola, que ya nadie te ame
yo, Tu padre y nuestra Madre Misericordiosa
nos fundiremos en tus carnes
para que la fuerza del Cielo siempre sea gloriosa”.
Y con esa alegría de terciopelo
y enjuagándose con la verónica sus lágrimas
se duerme con los ángeles del cielo
cerrando sus ojos con una sonrisa;
y sueña con sus entes de fantasía
y con su agradable compañía,
esperando que caiga la noche
y aparezca de nuevo el día…
@ Texto: Jesús M.ª Salvador
@ Imagen de pexels