Lirios de color azul

– Hola cariño, ¿qué tal estás? Hace tiempo que no tengo un ratito para poderme sentar a tu lado y conversar un poco sobre nuestra vida. Ya sabes que el trabajo me agobia demasiado y ocupa el máximo tiempo de mi vida. ¿Cómo te encuentras hoy? Espero que bien.

Andrea suspiró mientras el aire acariciaba su mejilla. Miró hacia los lados y sonrió a las demás personas que estaban cerca de donde él se encontraba.

– Como veras nunca estamos solos y siempre hay gente a nuestro lado. Esto de mantener una conversación íntimamente nunca es posible – le comentó mientras limpiaba con sus manos su cuerpo de porcelana. -Te contaré que la vida sigue igual. Y sabes, la misma rutina de siempre y el tiempo sigue pasando muy deprisa. Ya cinco años que mantenemos esta conversación, aunque la seguimos haciendo en la distancia. Es ilógico, ¿verdad?

El aire alborotó su pelo en señal de que ella seguía escuchándole y él se sintió aliviado.

– Parece que tu hija se ha echado novio o así me lo ha dejado caer. Ha cambiado de la noche a la mañana y está mucho más risueña, más guapa y más mujer. Es lógico, ya tiene una edad para buscar pareja y empezar a volar con sus propias alas por otros parajes que le marquen su destino, nuestro nido ya se le hace pequeño. No sé si ha venido a contártelo, apenas mantenemos frases largas. Ya sabes cómo es esta juventud. En cambio, tu hijo ahí sigue, en casa, con sus quehaceres y su siempre “no me molestes”. Sigue enfadado desde que te fuiste, le dejaste sin decirle lo mucho que le querías y sin contarle como otras veces ese cuento que tanto le encantaba… Ya sé que en mi boca no es lo mismo y apenas quiere oírme. Ya soy muy mayor para cuentos, me dice. Aún no le he visto llorar.

Andrea siguió engatusando a su esposa y limpiándole todo lo que ella ahora componía. El viento seguía jugando con su cabello mientras el escalofrío rodeaba su cuerpo. Va llegando el otoño, pensó y debía abrigarla todo lo que pudiera para que no cogiera frio.

– Ya van siendo mayores y les dejo que vivan su vida… Ya lo sé, no me contestes ni me repliques, ya sé que soy demasiado blando con ellos, ¿y que lo voy a hacer? Tenerlos en casa es lo mejor que me ha pasado en estos momentos. Aunque estén ausentes, siguen a mi lado. Siguen haciéndome compañía -siguió mirándola sin perder esa sonrisa que siempre le caracterizaba -La vida cambia mi querida esposa, para todos por igual y de distinta forma. A veces nos pone un camino de espinas y no siempre hay alguien que nos las aparte, A partir de tu ausencia el camino ya no es tan llano y tan lleno de rosas.

Siguió escuchando a los pájaros y al viento que le envolvía.

– Deberíamos hablar de nuestro futuro y quiero saber lo que opinas. Tienes derecho a escuchar y yo saber lo que piensas. En relación a la casa del pueblo quisiera venderla y mudarme a la playa, a esa que siempre me ha encantado. El problema es que ya no tendría tiempo para venir a verte y poder oírte por medio del trinar de los pájaros. Aunque también sé que seguirás a mi lado decida lo que decida, pero te echaría de menos. Ahora vengo, te veo, te siento, yo aquí sentado y tú a mi lado sin decir nada.

– Buenas tardes… -les interrumpieron.

– Buenas tardes -contestó.

– ¿Otra vez aquí? –apresuró a decir la anciana- Se les echa tanto de menos que es mejor venir a hacerles compañía y así no nos encontramos tan solos en nuestras casas que ahora son inmensas.

– Pues sí -contestó Andrea un poco violento.

– Venga, que pase una buena tarde… -se despidió diciendo mientras portaba una jarra para llenarla de agua.

Igualmente –gesticuló con la cabeza. Una vez que se alejó, Andrea volvió a mirar hacía su mujer- Todos los días lo mismo… Sí, lo sé, está tan sola como yo, pero no hace falta recordar donde estamos y la falta que os hace o que nos hacéis, pero ¿y ese vacío que se queda? Tan joven y tan solo, ¿nadie pensó en mí cuando te fuiste? Ni Dios mismo se apiadó de nosotros. Dolor para el que se va y para el que se queda, ¿no hay algún tipo de consuelo?… Ya sabes, cuando puedas me interrumpes para que no siga divagando y volviéndome loco recordando todo lo que pasamos hasta que te marchaste, como te fuiste desojando hasta que me dijiste que ya no podías más. Que dolor sentías, tú en tu cuerpo y yo en mi alma.

Limpió su rabia y miró hacia el infinito.

– ¿Cuándo decidimos que hasta aquí lo que se daba y que ya era suficiente? ¿Cuándo decidimos que debíamos separarnos para dejar de sufrir y lamentarnos? Las heridas de este tipo nunca cicatrizan. Tantas promesas incumplidas, tantas cosas aun por hacer y tanto tiempo perdido… Pero ahora debemos tomar decisiones, no podemos enterrarnos con vosotros porque debemos seguir viviendo y seguir nuestro camino, cueste lo que cueste. Debemos seguir adelante, hay más gente en nuestro destino que nos necesita. La vida cuando se trunca, se trunca para todos. Te hemos amado y yo no permito que me arrastre. Te fuiste y no puedo dejarte marchar, pero tampoco puedo quedarme a tu lado. No debo.

Suspiró por un instante y silenció de nuevo su boca. El trino de los pájaros le reconfortaron y limpiando de nuevo sus ojos cristalinos, termino de limpiar su foto y se sintió más aliviado. Sabía que esto era un continuo sinvivir, pero se encontraba a gusto a su lado. 

– Creo que he tomado una decisión y otra nueva vida me espera. La cicatriz está y sé que ya no se cura, y comprendo y entiendo que debo vivir con ella. Por cierto, te he traído los lirios de color azul que tanto te gustaban. Los pondré en este lado para que no estorben tu mirada al horizonte.

Y diciendo esto, Andrea se levantó del suelo donde se encontraba sentado y despidiéndose de su mujer, tomo rumbo hacía su casa en aquella tarde de otoño, cuando el viento refrescaba las entrañas. 


@ Texto: Jesús M.ª Salvador
@ Imagen de pexels