Sujetó su mano intentando que no se durmiera, que no cerrase los ojos al compás de los suyos cargados de rabia e impotencia. Luchó por su vida para que no se perdiera entre tanta niebla de escombros de aquella ciudad que fue su casa y que ahora, en segundos, se era un amasijo de cascotes, piedras y aceros torcidos. La madre naturaleza no avisa, no te da tu tiempo para encontrar la salida y azota su cuerpo desgranando todo aquello que está a su lado. Mesut no dejó ni un momento de agarrarle la mano y siguió hablándole mientras la posible ayuda pudiera venir de camino.
Era la noche de un gélido invierno, de esos que hacen historia. El frío calaba en los cuerpos en aquella oscuridad cerrada. Solo cortaba la noche, gemidos y lloros de gente que aún latía bajo los escombros. Siguió hablándole para que no se sentiría sola, oyendo su voz quebradiza y preguntándole miles de cosas para que continuara firme y no cerrara sus ojos. No calles, pensó su padre, sigue conmigo.
No le importaba el frio que hiciera mientras su mano siguiera apretando la suya. Ese calor que desprendía calentaba su cuerpo y así el alma seguiría encendida. Musitó su nombre cada segundo que pasaba para que no se rindiera y con lágrimas en los ojos empezó a recordar su niñez y la toda la infancia que pasó a su lado. Ahondó en sus recuerdos junto a ella cuando aún era una niña. El dolor dejó sitio a la tristeza y el lamento a la memoria para que jugase con sus sentimientos y calmase esa angustia que en ese momento sentía y que ahogaba su vida.
Sonrió por un instante y juntos empezaron a recordar los quince años que habían pasado por la historia de aquella joven adolescente: los paseos por el parque junto a su familia en aquel mes de abril agarrada a la muñeca de sus sueños que tanto quería, las aventuras vividas en el país que la vio nacer y los coqueteos que tenía frente al espejo de su cuarto lleno de fotografías.
- ¿Te acuerdas cundo nos parábamos a oír a los pájaros? –le dijo su padre sin dejar de acariciar su mano.
- Tú me decías que llegaba un momento en que se volvía rutinario porque te acostumbrabas a su sonido. Entonces yo dejaba de peinar a mi muñeca para escucharlos a tu lado. No me acostumbraba a no verlos cada mañana en el mismo árbol con ese trino tan característico.
- Parecía que lo hacían para que estuvieras todas las mañanas observándole –sonrió su padre– Y siempre me preguntabas los mismo…
- ¿Y porque cantan? –se adelantó en decirle.
- ¿Se lo has preguntado a ellos alguna vez? Tal vez no tienen otra forma de expresar sus sentimientos o tengan muchas cosas que contarte.
- ¿Y qué puede decirme papá?
- No lo sé, Irmak, deberás estar atenta a su canto y escuchar en silencio lo que te dice. así sabrás porque te canta todas las mañanas.
La chica suspiró y el silencio se hizo eterno. El escalofrío recorrió el cuerpo de su padre y la tristeza volvió a su cabeza. Se sintió vacío que es el sentimiento más triste que puede poseer una persona. En un instante dejó de tener sentido su vida y no sabía cómo continuar hacia adelante. Se mezclaron en segundos, las frustraciones, la tristeza y la soledad que se hicieron latente.
Mesut se quedó en silencio y dejó de sentir el calor de su hija, esperando junto a su cuerpo ya inmóvil a que viniesen a rescatarles al día siguiente…
Turquía (Febrero 2023)