Habitualmente mi vida era muy rutinaria. Paseaba por las calles de la gran ciudad sin rumbo conocido y haciendo tiempo para no volver a esa casa que tanto me asfixiaba. Me levantaba por las mañanas muy temprano para hacer las tareas domésticas y dejarlas preparadas de tal forma que mi pareja no me dijese nada y así estuviera satisfecha, evitando como todos los días, esa bronca monumental que tanto quemaba. Todo ello en silencio, sin levantar la mayor de las sospechas y haciendo el mínimo ruido.
Como todos los días observé que todo estuviese recogido y miré como era costumbre que no me dejase nada fuera de lugar. Respiré profundamente y me dirigí hacia la salida, la abrí y saliendo por ella, cerré la puerta tras de mí. Bajé a la calle para contemplar el cielo azul y ver como las gentes del lugar paseaban ensimismadas en sus quehaceres y seguro que algunas de ellas, llenas de esperanza. Noté que el día era diferente o esa era la sensación que tenía. Alguien me miró extrañado y recordé de nuevo mi vida, tapando mi cuello con mi mano y buscando las gafas para ocultar mi mirada. No quería que nadie me viera las cicatrices de mi alma.
De pronto, algo se revolvió en mi interior, como una culebrilla que rodeaba mi cuerpo y tiraba de mí para que saliera de aquella agonía. Empezó a angustiarme, a remover mi cabeza cual lavadora centrifugase. Levantando la mirada hacía la ventana de mi apartamento y viendo como mi castillo de naipes se había deteriorado con el tiempo, decidí que no debía ocultar mi espíritu y mi cuerpo hacia aquella mañana que se levantaba vigorosa y radiante. Me quité la mano de mi cuello y decidí desnudar mi alma.
Me propuse ser feliz…
Y decidí pegar un portazo a mi anterior vida, cambiar mi rumbo, mi cansancio y mi forma de pensar e intentar por fin aprovechar el día. Era hora de lavarse la cara y cambiarla por una sonrisa que aflorase de mi alma, respirar aire fresco que se me ofrecía y no dejar nunca más que nadie enturbiase mi vuelo.
Por tanto, me propuse desplegar mis alas y volar donde ellas me llevasen cerrando los ojos y dejando que mi cuerpo respirase los vientos hasta que las fuerzas me quitasen las ganas. Decidí volver a sentir, a cambiar esa música que retumbaba en mis entrañas, a romper con los temores y a renacer, y por fin pasar página para escribir nuevos versículos que levantasen mi ego que aún se cargaba en mis espaldas.
Me quité las gafas para ver la vida con mis propios ojos y no a través de una lente. Me propuse caminar entre las gentes sin miedo a sus habladurías y a alejarme de esas piedras en las que tropiezas cuando no se esquivan. A aprender que los peldaños de la vida se suben muy despacio para no cansarla demasiado, proponiéndome por fin a caminar por el destino, aquel que escribí en mi infancia.
Decido salir de este tormento que me angustia y dejar a un lado a aquellos que me han hecho tanto daño, que han magullado mi cuerpo y mi mente y que tantos dolores de cabeza han creado. Me propongo a no cambiar ni una coma, ni un punto y seguido, a continuar escribiendo tan solo con un punto y aparte.
Que las penas duran un segundo y las alegrías toda una vida, y que si pienso en positivo, por muy mal que tenga el día, tendré mi recompensa en la siembra, en aquella que planté a lo largo de mi existencia.
Así que me propongo a que si algún día vuelvo, debo hacerlo no antes sin haber dejado pasar ni un solo minuto a aquella vida que tanto labré con mis manos y que tanto soñé en el día a día. Nunca es tarde para cambiar tu vida…
@ Texto: Jesús M.ª Salvador
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