Prometo comprometerme

Cuando estabas en el vientre de tu madre, prometí cuidarte hasta que nacieras, sentir tus latidos con fuerza y aquellas pataditas que metieras.

Me comprometí entonces en quererte, tararearte bonitas melodías y en hablarte cómo si ya estuvieras fuera.

Cambiaríamos nuestra forma de vivir, nuestros hábitos, nuestros deseos por otros que te ilusionasen y prometimos comprometernos para que siempre fueras feliz, darte una vida libre y desear que tus ilusiones se cumplieran.

Cuando naciste, lloramos emocionados y fue entonces cuando supimos que eras redondita o tal vez pequeñito, con ese pelito negro, rubio o pelirrojo.

Que eras frágil, vulnerable y con esa sonrisa alegre que a todos encandilabas.

Te prometí entonces cuidarte, arroparte cuando tuvieras frío y darte todo aquello que necesitabas porque aún no eras capaz de hacerlo por ti mismo.

Me comprometí a seguir contándote cuentos y cantar bonitas canciones para que no olvidases mi voz. Hacer el tonto si con ello conseguía sacarte una sonrisa y pasear por la calle en tu cochecito para que brillaras más que el sol.

Enseñarte a que dieras tus primeros pasos, a que oyeras grandes historias y a escuchar tus pequeños balbuceos contándome tus propias fantasías.

A ver la tele juntos y tus dibujos preferidos, hasta que Morfeo te llamase a su lado y te quedaras dormido cogido en mis brazos.

Cuando empezaste la guardería, sabíamos que sería un gran cambio y desprendernos de tu compañía no era justo lo que pensamos.

Pero era ley de vida y te hicimos las coletas en esa melena rubia que tan bonita lucías. A quejarte cuando te peinaban, a vestirte como papá porque eras lo más deseabas y echarte nuestra colonia y ponerte tu babi de colores: verde, azul o rosa.

Prometí entonces llevarte todos los días a clase e ir a buscarte cuando salieras, a que me enseñaras lo aprendido y jugar contigo en el parque, en cualquier columpio que te apetecía. A salir de paseos, comernos un helado, montar en los cochecitos y en tu elefante preferido de aquel enorme tiovivo.

Y me comprometí entonces en viajar a tu lado, a responder tus preguntas con tus porqués y tus cómos. Y a verte jugar con el gato que siempre le tenías malhumorado.

Y cuando estabas quieto, distraído en tu mundo, te observábamos en silencio viendo como crecías despacito, convirtiéndote en un hombrecito repeinado o en esa muchacha coqueta, que jugaba con el pintalabios en la mano.

Llevarte al médico cuando estuvieras enfermo, tus partidos de futbol, los cumpleaños con las amigas. Tus Barbies, tus Nenucos, tus Lego y Transformers. Verte bailar, grabar tus balanceos, arroparte por las noches cuando estabas cansado o dormir a tu lado cuando tus sueños te eran pesados.

Y cuando seguiste creciendo, yo crecí a tu lado y llamabas mi atención, camelándome con tus halagos, para que te comprara esa falda que tanto te había gustado o esas zapatillas de deporte que fardarías de buen grado. Tu primer sujetador o aquel periodo que tanto te había traumatizado, comprarte las entradas para ver a tu galán o famoso que tanto te gustaba o dejarte en un cumpleaños, lejos de la puerta porque aquello te incomodaba.

Prometí entonces hacerte caso y respetar tus deseos, apartarme a un lado y comprometiéndome a dejarte tu espacio. A seguir preguntando como te encontrabas, si necesitabas algo o que tal estabas, sabiendo que era lo que más te enfadaba.

Llamar a tu puerta, ésa que ya cerrabas. Oír tus pataletas, tus problemas de estudios o tus primeros amigos íntimos que ya tenían derecho. Esperarte despierto hasta altas horas de la noche y descansar cuando oía que abrías con llaves la puerta, y en silencio y con sigilo te metías en tu alcoba.

Comprometerme a callarme cuando venias enfadado, a dejarte mi hombro cuando llorabas, a consolarte si me dejabas y así lo necesitabas. A ver como tu destino tomaba otro recorrido, con aquel chico, con tus tatuajes y tus piercings. Tus amuletos acompañados con aquel corte de pelo que nunca nos había gustado.

Y cuando el trabajo llamó a tu puerta, el dinero y la independencia, supimos entonces que muy pronto el nido quedaría vacío y que notaríamos tu ausencia porque ya tenías otro camino. Tu coche, tus viajes, las fotos en las redes para demostrarnos que estabas vivo y que todo con tu edad, ya era divino.

Prometí entonces que te echaría de menos y me comprometí en intentar llamarte para ver cómo te encontrabas. Preguntar por vosotros o solo por tu vida si habías deseado quedarte soltero.

Cuando ya fui mayor y los años ya pesaban, prometí no llamarte sino era necesario, agarrándonos a nuestros recuerdos de cuando eras más pequeños. A no llorar, a echarte de menos, a olvidar todos los problemas que tuvimos cuando estabas a nuestro lado y a conformarnos con llamada una vez a la semana, dos veces al mes o tres veces al año.

Ahora que este ciclo se ha acabado, prometo que fuimos felices a vuestro lado, de haberos dado el amor de un padre y el cariño de una madre. De entregaros todo lo que pudimos para que siguierais viviendo sueños alados. Para nosotros ya un ciclo cumplido y estamos orgullosos de haberlo vivido contigo.

Y prometo llorar porque no estaré más a tú lado y comprometiéndome desde el cielo, que seguiré bajando en silencio, para ver cómo lo estas pasando, ayudarte en tus pensamientos y a darte un beso en la mejilla, arropando tus dulces sueños. Velar tus sueños cuando en los miedos cuando estos te ataquen y esperar a que te calmes para que no te quedes atrapado.

Prometo comprometerme, que siempre seguiré a tu lado…

Jesús Mª Salvador ©