Te echo de menos

Hace tiempo que dejé de escribir cosas bonitas en aquella casa de colores, que pintamos con sonrisas, pensamientos y recuerdos.

De pasear por las calles en otoño, cuando las hojas de los árboles pasaban de su verde clorofila, a adornar sus caminos de rojos y ocres.

De ese olor a pueblo que me resultaba tan agradable y de sentirme vivo entre la leña de esa estufa que con tanto cariño hiciste.

Era tan íntimas y entrañables las tardes, que matábamos las horas sentadas a su alrededor contándonos historias en familia; de tus santos y ángeles que siempre te pertenecían.

O de cuando la cazuela de barro calentaba esas migas que con tanto esmero hacías, dejándose comer entre risas, chascarrillos y canciones.

Era tan estupendo estar a tu lado, que las horas pasabas sin darle tiempo al reloj a que marcase los segundos que corrían en su esfera dorada.

Era entonces cuando el mundo giraba a tus pies y nosotros con él.

Y en tu patio, tras una larga jornada recogiendo los frutos que los árboles te guardaban todo el año, preparábamos las mantas y al son de la capilla que hiciste para la ocasión, nos sentábamos a mirar el cielo azul añil y a la naturaleza floreada; esa que creaste con tus propias manos para resguardar tu vida y tu pasado.

Pero ahora, tu casa esta gris, el reloj se ha quedado sin cuerda y las plantas lloran tu ausencia. Tan solo, el arcángel San Miguel, colgado en la entrada de tu puerta, es el que custodia tus recuerdos y blinda tu morada; con una vela que guarda, perpetuamente encendida.

Solo ahora, el aroma a viejo, a leña y a flores es lo que permanece; y el viento trae susurros de nostalgias con alguna de tus palabras mientras el frio invierno pasa de largo.

El tiempo ya no se detiene...

Ahora que ya no estas, Villamantilla está vacía.

Jesús Mª Salvador ©